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La Revolución en el Pensamiento de Gregorio Funes

El cordobés Gregorio Funes nació en Mayo de 1749 en el seno de una familia estrechamente vinculada con la Compañía de Jesús. Su vida se vio influenciada por las transformaciones introducidas por los Borbones españoles y por la constructiva obra llevada adelante por el gobernador-intendente Sobremonte. Dotado de una gran capacidad intelectual y de acción, Funes devolvió a la Universidad Cordobesa el prestigio que se le había arrebatado con la expulsión de los Jesuitas, al ocuparse de la dirección de esa Casa de Altos Estudios, al igual que del Colegio Monserrat. Durante el virreinato de Liniers se inicia su vida política, que cobrará mayor impulso a partir de Mayo de 1810. Según Funes, con la formación del gobierno revolucionario terminarían las luchas facciosas. En un intento por evitar la guerra civil y la disolución, el Deán Funes exhortó sin exito a los sublevados de Córdoba a plegarse al movimiento que se había gestado en Buenos Aires. Desde Diciembre de 1810, la Junta Grande lo tiene como protagonista en esta Ciudad. El mal de toda revolución, según Gregorio Funes, se hallaba en las pasiones facciosas que ella desencadenaba y a las que creía necesario ponerles término. Una vez en la Junta, se propuso la tarea de disciplinar la adhesión al gobierno en el marco de un régimen representativo tanto a través de la formación de Juntas en las Provincias, como con la reglamentación de la libertad de imprenta. Injustamente perseguido y calumniado, no abandonó sus principios, siempre contrarios a la guerra civil y la fragmentación, reclamando que el poder político se sujetara a las Leyes, para evitar caer en el despotismo. Su identidad política fue un término medio que indica una continuidad entre dos épocas, antes y después de Mayo. Para él, Mayo de 1810 constituyó una ruptura destinada a inaugurar una nueva época cargada de expectativas, conservando la unidad de los últimos años del régimen colonial.-

Prof. Raúl Omar Chizzolini

La Generación Argentina del "Destino Manifiesto"

A fines del siglo XIX y primeros años del Siglo XX existió en la Argentina una dirigencia política con una línea de pensamiento o por lo menos una actitud, que puede asemejarse o que haya sentido la influencia de la generación activista, aparecida en el mismo período en los Estados Unidos, enarbolando un "Destino Manifiesto", con sentido misional para su nación. La política exterior de la Argentina emprendida por la Generación del Ochenta, estuvo dirigida principalmente hacia Europa, dando la espalda a Sudamérica, manteniendo una posición a la vez cautelosa y arrogante ante los intentos de penetración norteamericana; política centrada en la solución pacífica de las diferencias de límites. Estanislao Zeballos, uno de los mas destacados referentes de la política exterior de esa gran generación sostuvo que: "Nosotros pertenecemos a la zona del concierto europeo". Era una forma de respaldar la creciente superioridad argentina en el contexto americano. Una política alejada de ambigüedades y veletismos que dejan fuera del mundo a cualquier país. En esa dirigencia primó la idea de selección entre los pueblos, delineándose una nueva actitud: el abandono de la tradicional política sentimental, por una política positiva, que tenga mas en cuenta los intereses del país que sus sentimientos. Esta línea de política exterior coherente, sintetizada en una fuerte presencia de Argentina en el mundo, con dignidad y honestidad frente a sus obligaciones, fue sustentada junto con el citado Zeballos, por destacados dirigentes como Victorino de la Plaza, Roque Sáenz Peña, Bernardo de Irigoyen y Carlos Pellegrini entre otros, quienes abrieron el camino hacia la concreción de la Patria Grande, aquella que a principios del siglo XX se ubicaba junto a las primeras potencias del mundo, por el nivel de su cultura y su riqueza por habitante. Cien años después la pregunta es: ¿Que nos ha sucedido a los argentinos?.-

Prof. Raúl Omar Chizzolini

La educación y la economía según Manuel Belgrano

Desde su etapa como estudiante en Europa, Belgrano vive obsesionado por la educación de los hombres y mujeres de su patria. Está convencido de que la ignorancia hace infelices a los pueblos. Su maestro Campomanes, uno de los grandes economistas españoles, le había revelado que la verdadera riqueza de los pueblos se hallaba en la inteligencia y que el fomento de la industria estaba en la educación. En Enero de 1794 se erige el Consulado de Buenos Aires, para administrar justicia en pleitos mercantiles y fomentar la industria, la agricultura y el comercio. Desde su cargo en dicha institución, Belgrano le presta atención a la educación y, en cada una de las memorias que presenta anualmente, va diseñando la organización económica que se propone llevar adelante. Pero los monopolistas evitan los intentos de Belgrano de imponer sus ideas librecambistas. "El comerciante debe tener libertades para comprar donde más le acomode, y es natural que lo haga donde se le proporcione el género más barato para reportar más utilidad". Una de las medidas educativas que propone es la creación de la Escuela de Comercio, con el objeto de aportar principios fundamentales de esa actividad. "La ciencia del comercio no se reduce a comprar por diez y vender por veinte: sus principios son más dignos, y la teoría que comprende es mucho más elevada de lo que puede parecer a aquellos que sin conocimientos han emprendido sus negociaciones". Belgrano no puede mantener en pie su idea de crear escuelas especializadas. Las dificultades para concretar la educación de las mujeres, la enseñanza para niños de ambos sexos, las clases de agricultura para los labradores y sobre todo las escuelas gratuitas, marcan una tendencia que lamentablemente se repetirá, salvo conocidas excepciones, en el pasado argentino lejano y no tan lejano. El ilustre economista y educador proyectaba escuelas "para los hijos de los infelices, donde se les podía dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde reina la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria".-

La caída de Rosas

Nos ubicamos en un momento clave de la Historia Argentina: La caída de Rosas. No para elogiar su gestión o denigrarla. La historiografía se ocupó mucho, tanto de lo uno como de lo otro. Pero no está de más recordar que el episodio ocurrido el 3 de Febrero de 1852 en Caseros, fue uno de los más vergonzosos de nuestro pasado. Un hecho que se sintetiza en dos palabras: Venganza y traición. La venganza queda reflejada en el informe que el Marqués de Caxias, Jefe de las tropas brasileñas en Caseros, envío a su Ministro de Guerra.: ”La 1ª División, formando parte del Ejército aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de Febrero de 1827”. Se refería, por supuesto, a la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las armas argentinas. Caseros fue para Brasil la “Venganza de Ituzaingó”. La traición no solo se refleja en la alianza extranjera que buscó Urquiza para derrocar a Rosas, si no también en aquéllos conspicuos rosistas que se incorporaron al círculo de amistades del entrerriano. El 9 de Febrero de 1852, Mr. Gore, diplomático británico y testigo de los hechos refirió a su Primer Ministro Lord Palmerston: “Los jefes en quienes Rosas confió, se encuentran ahora al servicio de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del General Rosas. Nunca hubo hombre tan traicionado”. Quien facilitó la venganza brasileña y protagonizó la principal traición, no tardó en mostrar su hilacha violenta. En los días siguientes a Caseros, más de 200 personas fueron fusiladas por orden de Urquiza. Todo un regimiento, la División Aquino, fueron ahorcados sin juicio previo y sus cuerpos exhibidos públicamente. ¿No era que aquél 3 de Febrero de 1852 había caído el “Tirano sangriento”?.

Raúl Omar Chizzolini
Profesor en Historia y Geografía

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